Un Carvalho a régimen, inquilino de un balneario en el que no se come, no se bebe y no se fuma por rigurosa prescripción médica, entre zumo de zanahoria, báscula y lavativa, se topa de narices con el cadáver de Mistress Simpson. Esta americana octogenaria, famosa por sus cien metros libres a velocidad de infarto, ha aparecido flotando en la piscina con el cráneo disimuladamente machacado. Carvalho, que para mantener las tradiciones quemará libros a hurtadillas, lidiará esta vez con una directora médica rusa de tamaño y empecinamiento dignos de un oso polar, y con un reparto de personajes que, a pesar de la obligada vida sana que se les ha impuesto, acaban todos muertos.