Un joven español da tumbos por Berlín. En su teléfono conviven apps para buscar piso, trabajo y sexo. Su abuela también emigró a Alemania, pero acabó volviendo al pueblo para formar una familia. Allí es testigo de cómo su nieto hace dos descubrimientos: que es marica y que es pobre.
Y no te creas que no tengo miedo de que te vayas tú a Alemania. A saber cuántos disgustos has de pasar. Pero abuela, yo soy un hombre. Sí, pero vas a enamorarte de otros hombres y es de ellos de quien no me puedo fiar. Espera, que tengo el cazo en el fuego.
Un joven español llega a Berlín en busca de trabajo. Por la noche pone copas en un bar marica y por el día intenta escribir la historia de su abuela, que también vivió en Alemania hace muchos años.
La voz de la anciana en la grabadora lo devuelve al pueblo manchego en el que se crió de niño. Cuando eres un niño marica no te puedes defender, porque todo el pueblo lo sabe antes de que tú lo sepas. Lo mejor es escapar, no te enfrentes a ellos, le dice su abuela. Ella también escapó hace muchos años. Huía de la violencia, en diferentes circunstancias, y también como él intentaba buscarse la vida.
En la distancia inmensa que separa nuestra vida sexual de la de nuestras abuelas cabe el desengaño de comprobar que, por más que intentas volver a empezar, por más tierra que pones de por medio, te vas a pasar la vida saliendo del armario de clase. Aunque, como pasa con el otro armario, ya todo el mundo sabe que eres pobre antes de que tú lo sepas.
El Guapo se puso el mote a sí mismo, claro, y todos nos callamos. El Power Ranger rosa, obviamente, soy yo. Porque aún no lo sé, pero ya soy maricón. Maricón me lo llaman a mis espaldas, supongo, como llamamos gordo al Risas o fea a la Morena. La verdad es que yo no he visto nunca los Power Rangers. Pero sé que el rosa es la chica y sé que no es bueno que me llamen chica.