Cuando a finales de noviembre de 2015, Anne Serre se instala en el tren París-Montauban, responde a la invitación de un festival literario. Hasta entonces, nada sorprendente ya que Anne Serre es una escritora. Para el largo viaje lleva consigo un libro de Enrique Vila-Matas, que lee con fervor. De repente, el autor español está allí, sentado a su lado: ¿feliz coincidencia o fruto de su imaginación? Anne Serre entabla con él una conversación que parece que comenzó hace mucho tiempo… Más tarde, serán vecinos de habitación en el mismo hotel. Y este colega, maestro en juegos de escritura y efectos espejo, se insertará gradual y misteriosamente en el texto, se convertirá en el narrador, incluso en el detective. Ilusiones que nos acercan a Kafka o Thomas Bernhard Walser o incluso Ana Magnani.
Es un laberinto que sospechamos lleno de engaños, pero siempre nos sentimos manipulados con elegancia y la intención es divertirse con eso. Se trata de una oda irónica a la ficción, pero con pequeñas confesiones que hace la autora sobre sí misma y lo que la escritura pone en juego detrás de la fachada social del escritor.