Los hombres que se preparan una tumba en parajes singulares y solitarios son, o grandes orgullosos o espíritus divididos a los que atormenta la necesidad apasionada de silencio y reposo. Nunca, desde su infancia, conoció Chateaubriand la paz interior. Todo en él fueron contradicciones, luchas dolorosas, alternativas, desgarramientos. Tuvo amor a la libertad y afición a la autoridad, ambición del poder y sentimiento del vacío, respeto temeroso del matrimonio y deseo de la aventura.
Desdeñó la acción y quiso los triunfos que la acción procura, despreció la imaginación y halló en ella su único refugio, unió la más negra melancolía a la alegría más infantil y la violencia de los sentimientos a la majestad de la expresión. Hombre del siglo XVIII y maestro del XIX, discípulo de Rosseau y restaurador del Cristianismo, libertino y creyente, durante toda su vida osciló entre la fe y la duda. Monárquico, escogió por amigos de su vejez a los enemigos de la monarquía, creador y modelo del René, destilador del veneno romántico, apareció ante sus amigos: Joubert, Molé Fontanes, como la más lúcida, la más clásica y la más realista de las inteligencias. Fue, en fin, como la mayoría de los grandes espíritus, un ser infinitamente complejo, que, en la mezcla ardiente de sus pasiones, encontró los elementos de los contradictorios personajes que, en sucesivos momentos de su vida, encarnó con plena sinceridad.