Antes de cumplir veinte años, Matteo le confesó a su padre que era homosexual y se fue sin echar la vista atrás. Ni siquiera llegó a decirle que estaba enamorado. Se limitó a cortar lazos y puso trescientos kilómetros de por medio. En Milán vivió su romance con Massimo, quien le enseñó a no sentir vergüenza, amplió sus miras sobre algunas cosas y tres años después... decidió cortar la relación.
Ahora, de vuelta al pueblo e instalado en casa de su abuela con sus tías y su prima Sara, Matteo se regodea en su falta de determinación y se pregunta si tal vez lo que hizo entonces no fue otra cosa que huir de un problema.
Si quizá no tuvo en cuenta que en la vida todos viajamos a velocidades diferentes.
Si puede que todavía haya algo importante por resolver.